viernes, 14 de diciembre de 2007

José López Portillo



José López Portillo y Pacheco (16 de junio de 1920 – † 17 de febrero de 2004) fue el sexagésimo octavo presidente de México, entre 1976 y 1982. En su gestión, se sucedieron hechos tan trascendentes como la concertación y aplicación de la reforma política inicial para democratizar al país, la primera visita del Papa Juan Pablo II y, en apenas un par de años, el más impresionante crecimiento de la economía nacional en su historia y una de sus más dramáticas caídas en el contexto de la crisis internacional de los precios del petróleo.


Orígenes


De antepasados paternos procedentes de la pequeña localidad española de Caparroso, en Navarra (algo que exaltaba con frecuencia), nació en la Ciudad de México en el seno de una familia de políticos e intelectuales. Su abuelo, José López Portillo y Rojas, se distinguió como escritor en el siglo XIX, fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y diputado, senador, gobernador y ministro durante el Porfiriato y el periodo golpista de Victoriano Huerta. Su padre, José López Portillo y Wéber (de quien siguió en su juventud el consejo de no ir tras el poder, pues pensaba que "Los defectos de un hombre honrado son las cualidades de un político") se dedicó a los campos de la milicia, la historia y las letras, contrayendo matrimonio con Refugio Pacheco.


Trayectoria académica y política


Egresó como abogado de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1946 y como doctor en Derecho en 1950. Contrajo primeras nupcias con Carmen Romano y del matrimonio nacieron tres hijos: José Ramón, Carmen Beatriz y Paulina. Entró al servicio público hasta 1959 de la mano del Partido Revolucionario Institucional (PRI), la organización que durante la mayor parte del siglo XX dominó de manera absoluta la vida política mexicana, animado por el ideario y carisma del entonces presidente Adolfo López Mateos. Tras ser litigante, catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM (donde heredó la asignatura de Teoría General del Estado de Luis Echeverría, su íntimo amigo de la adolescencia, y fue maestro de quien le relevaría en la Primera Magistratura, Miguel de la Madrid), profesor fundador del Doctorado en Ciencias Administrativas de la Escuela Superior de Comercio y Administración del Instituto Politécnico Nacional en 1961 y de escalar jerarquías en el Gobierno Federal pasando por la Secretaría del Patrimonio Nacional, la Oficina de la Presidencia de la República y la dirección de la Comisión Federal de Electricidad, logró hacerse de la cartera financiera del país al ocupar el puesto de secretario de Hacienda de 1973 a 1975, quebrando la norma no escrita de que la economía nacional se definía por su titular en turno (un hombre avezado en las finanzas estatales y guiado por criterios mayoritariamente técnicos), al poner la dependencia al servicio de las conveniencias y decisiones políticas del presidente, pues López Portillo carecía de experiencia en dicha rama, ostentando como verdadera credencial su cercanía personal con Echeverría, quien al nombrarlo declararía sin tapujos y con dedicatoria a los empresarios, con quienes mantuvo una pésima relación, la famosa frase: "A partir de ahora, la política económica se decide en Los Pinos".


Llegada y ejercicio del poder


En aquellos años, los mandatarios emanados de su partido escogían personalmente a su sucesor, y López Portillo fue la opción del presidente Echeverría, de nuevo haciendo valer su añeja amistad y rompiendo también con los pronósticos de que el secretario de Gobernación era el elegido natural, quedándose en el camino Mario Moya Palencia. Los siguientes meses López Portillo realizó el correspondiente proselitismo bajo el lema "La solución somos todos", pero sin adversario alguno, pues el único partido verdaderamente opositor con registro, el derechista Acción Nacional (PAN), no presentó abanderado debido a fuertes divisiones internas, y la izquierda, aglutinada en el proscrito Partido Comunista Mexicano (PCM), en las universidades públicas y en guerrillas urbanas o rurales (que por la comisión de actos criminales se forjaban y crecían en la clandestinidad) permanecía en general no sólo ajena, sino contraria a las instituciones. No contando con otro espacio que el de lo testimonial, el PCM lanzó a uno de sus líderes, el sindicalista Valentín Campa, quien obtuvo casi un millón de votos, los cuales, aún sin ser válidos, denunciaron una evidente incongruencia del esquema político-electoral imperante. De esta circunstancia se desprendió la obra que, en perspectiva, sería la mayor aportación de López Portillo al país en su gobierno: la Reforma Política de 1977, orquestada por su secretario de Gobernación, el reputado político, intelectual e historiador Jesús Reyes Heroles, la cual representó el primer avance fehaciente para que México transitase de un régimen de partido hegemónico a uno de pluripartidismo y poder compartido.


Rodeado de la polarización y el desorden legados por la administración de Luis Echeverría, el 1 de diciembre de 1976 José López Portillo tomó posesión como presidente de México y pronunció un impecable discurso que le ganó apoyos y confianza por su interés conciliatorio y el abandono de la retórica demagógica y grandilocuente que privó en todo el sexenio anterior. Su proyecto de gobierno se dividía en tres partes: dos años de recuperación, dos de consolidación y dos de crecimiento acelerado, y para lograrlo urgía a superar las discrepancias y avanzar: "Hagamos una tregua inteligente para recuperar nuestra serenidad y no perder el rumbo [...] podemos hacer de nuestra patria un infierno o un país donde la vida sea buena". Enseguida, pidió perdón a los desposeídos y marginados por los años de rezago y demandas sin atender desde el Estado, y empeñó su palabra en "sacarlos de su postración", bordando así uno de los momentos de sensibilidad y tino oratorio más recordados en el devenir político contemporáneo.


Empero, los primeros tiempos se enrarecieron por los rumores sobre el abierto activismo del ex presidente Echeverría (recogidos y amplificados por Reyes Heroles, quien sostenía una sabida rivalidad con el ex titular del Ejecutivo), pues mediante su Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo y la presencia de estrechos colaboradores impuestos en el gabinete lopezportillista y en el Poder Legislativo buscaba seguir incidiendo en la política interior del país, violando otra pauta básica del predominio presidencial de la época, misma que exigía de los mandatarios en retiro su lejanía sin cortapisas del quehacer público, lo cual obligó a López Portillo a prescindir de algunos personajes, como Porfirio Muñoz Ledo en la cartera de Educación, y a designar finalmente a Echeverría como embajador ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1977, lanzando así un contundente mensaje.


En lo financiero, la situación era difícil en general, dado que apenas unos días antes de entrar en funciones se realizó una de las devaluaciones más severas que el país hubiese vivido hasta esas fechas y se obtuvo un préstamo del Fondo Monetario Internacional con el acuerdo de ejercer un presupuesto reducido y mantener bajos los salarios. Constreñido por los malos manejos de su antecesor y ante aquellas disposiciones, López Portillo se mostró prudente en cuanto a gasto e inversiones se refería, pero todo cambiaría cuando los países árabes interrumpieron la venta de petróleo a Estados Unidos y a Europa Occidental por el apoyo brindado a Israel. Esto, junto al descubrimiento de nuevos yacimientos en Chiapas, Tabasco y de la rica Sonda de Campeche catapultó a México como primer exportador de crudo, lo que permitió que el Producto Interno Bruto se elevara a un 8% anual y que la tasa de desempleo se redujera en un 50%. "México, país de contrastes, ha estado acostumbrado a administrar carencias y crisis. Ahora [con] el petróleo en el otro extremo, tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia"[1] , fue el reto y promesa a la vez que el presidente acuñó e hizo patente a la sociedad ante la inesperada jauja, aderezando las buenas nuevas con una perla del egocentrismo que se apoderó de él y de su gobierno a partir del espectacular crecimiento económico: "Soy la última oportunidad de la Revolución".


Logros en el exterior


En el plano internacional, organizó la Cumbre Norte-Sur en la ciudad de Cancún en 1981 para promover el diálogo entre los países del Primer y Tercer Mundo; buscó una solución digna a los conflictos bélicos centroamericanos (lo que no fue bien visto por los Estados Unidos); retiró el reconocimiento de México al gobierno republicano español en el exilio y marcó una nueva etapa a través del comienzo de relaciones diplomáticas con el régimen encabezado por el Rey Juan Carlos I y presidido por Adolfo Suárez en 1977, a dos años del fin del Franquismo, enviando como embajador al ex mandatario Gustavo Díaz Ordaz; auspició la venida del Papa Juan Pablo II en enero de 1979, luego de décadas de lejanía con el Vaticano, autorizando el oficio de una misa al aire libre transmitida inéditamente por televisión; y fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1981 por sus esfuerzos en la materia.


Los excesos


Sin restar relevancia a los aciertos, conforme avanzaba el sexenio la excentricidad, el despilfarro y el influyentismo se apoderaron del mandato de López Portillo. Olvidándose de su investidura, el presidente obligó a que la gira papal hiciera una parada en la Residencia Oficial de los Pinos con el objeto de que Su Santidad celebrara la liturgia en exclusiva para su madre, contestando a sus detractores que "pagaría de su bolsillo" las sanciones administrativas previstas por violentar la laicidad de un espacio oficial y subestimando los problemas evidentes por la inexistencia de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano; su esposa, mujer de arrogancia y reiterados desplantes, tomó en sus manos la política cultural del gobierno sin experiencia alguna y ordenó, por ejemplo, que se integrara una orquesta sinfónica especial, la Filarmónica de la Ciudad de México, para dar a conocer sus dotes de pianista con temas del grupo Mocedades; su hija Paulina debutó como baladista juvenil y fue apoyada para que alcanzara el éxito; pero lo más delicado es que nombró en importantes cargos a familiares directos, vanagloriándose además de ello, en especial de José Ramón, su primogénito, quien se desempeñó como subsecretario de Estado ("Es el orgullo de mi nepotismo", llegó a exclamar). Otros beneficiarios fueron su hermana Alicia, que fungía como su secretaria particular; su hermana Margarita, designada directora de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación (temida y odiada por su actitud caprichosa y altanera frente a dueños de medios, creadores, productores y directores que la acusaron de valerse de conductas gangsteriles para alcanzar su objetivos y herir de muerte a la industria de la pantalla grande, apodándole la "pésima musa" como burla por su admiración hacia la Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz, y sus malhadados esfuerzos por hacerse reconocer como escritora y guionista de películas); y su primo Guillermo, convertido en presidente del entonces llamado Instituto Nacional del Deporte.


En la misma tesitura Arturo Durazo Moreno, un viejo amigo, fue elevado a director del Departamento de Policía y Transito del Distrito Federal, desde donde además de ser hecho General de División sin pasar jamás por el Ejército y condecorársele con el Doctorado Honoris Causa del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal sin antecedentes de preparación universitaria o práctica legal alguna, auspició el cohecho y la tortura entre los cuerpos que dirigía y se enriqueció escandalosamente acumulando autos, bienes y mansiones como "El Partenón", una estrafalaria casa de playa inspirada en el mítico monumento griego levantada en la bahía de Zihuatanejo con discoteca y aeródromo incluidos, la que una vez decomisada luego de aprehender a Durazo en 1984 no ha podido ser vendida por su mal gusto, elevado monto e identificación como emblema de lo peor de aquella época.


El desastre de la economía


En materia económica su administración se caracterizó, sobre todo después de la primera mitad, por tomar decisiones arbitrarias y financieramente ineptas que detonaron la crisis más severa en la historia de México desde la época revolucionaria, no sólo repitiendo, sino exponenciando los errores del periodo echeverrista. El gobierno, obnubilado por las ganancias del oro negro y la euforia de los mercados, guardó los propósitos de inicio en un cajón y tramitó con la banca extranjera una pléyade de préstamos irreflexivamente para sufragar la exploración e infraestructura de explotación de los depósitos petroleros; puso en marcha proyectos de desarrollo condenados al fracaso por su pomposidad y mala preparación (la Alianza para la Producción, el Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados, el Sistema Alimentario Mexicano o el Plan Global de Desarrollo, el más elocuente de todos); y fomentó una obesa burocracia al crear nuevas secretarías de Estado y multitud de organismos, adquiriendo y participando igualmente en empresas al por mayor, lo que junto a una corrupción galopante terminó no sólo por reducir a cero los beneficios del petróleo (calculados en cien mil millones de dólares entre 1978 y 1981[2] ), sino por multiplicar la deuda externa ante el aumento de las tasas de interés, añadiéndose intrigas palaciegas desde la Secretaría de Programación y Presupuesto rumbo a la determinación de la candidatura presidencial del PRI, traducidas en falsos diagnósticos desprendidos de cuentas manipuladas que truncaron medidas elementales como el recorte del gasto corriente y la baja del precio del barril de crudo para su venta, siendo los chivos expiatorios el secretario de Hacienda, David Ibarra, y Jorge Díaz Serrano, director de Petróleos Mexicanos (PEMEX), ambos sólidos aspirantes al Ejecutivo.


Con respecto a la moneda, el peso fue tardíamente devaluado en alrededor de un 400% como producto de un episodio más de la frivolidad personal de López Portillo ("Presidente que devalúa, se devalúa", pontificaba). En el marco de la VI Reunión de la República, el 4 y 5 de febrero de 1982, juró defenderlo "como perro"[3] frente a la envestida que sufría de los "enemigos" de la patria, pero para el 18 de febrero de 1982 la Secretaría de Hacienda se vio forzada a declarar la moratoria de pagos y a devaluar el circulante de 28.50 a 46 pesos por dólar, frenándose en 70 pesos sólo después de imponerse el cierre del mercado cambiario para atajar la escalada, la que inclusive sobrepasaría los cien pesos por cada billete verde.


El 1 de septiembre de 1982, día de su último informe de gobierno, habría de encarar a la ciudadanía para anunciarle el caos. Culpó de la debacle a los banqueros y a los "sacadólares", no admitió tener que ver en el hundimiento financiero del país ("Soy responsable del timón, pero no de la tormenta") y, de un plumazo, nacionalizó la banca y decretó el control de cambios, más en el tenor de una rabieta desesperada, de un golpe de efecto, que en el de medidas sopesadas y necesarias, lo que se vislumbró en su argumentación: "Ya nos saquearon. México no se ha acabado. ¡No nos volverán a saquear!". En los siguientes años los resultados de dichas ocurrencias (cuyo costo al erario por los conceptos de compra e indemnización del entramado bancario se estimó en unos tres billones de pesos) fueron más que funestos, como se patentizó al poco tiempo con el apogeo de una banca paralela encubierta en casas bursátiles e instituciones financieras diversas que incentivaron la especulación, con la negligente reprivatización bancaria que puso otra vez a la nación a un paso de la ruina a mediados de la década de los noventa, y con el abuso y fracaso del Fondo Bancario de Protección al Ahorro, que en su reestructuración como deuda pública, pactada legislativamente desde 1998, absorbe a la fecha enormes cantidades presupuestarias.


Luego, al recordar a los desposeídos y marginados, aquellos a quienes en su primer mensaje como mandatario había pedido perdón, José López Portillo lloró frente a millones de mexicanos y golpeó impotente con su puño el atril del Congreso de la Unión, aceptando al menos su "responsabilidad personal" al fallarles; un despliegue histriónico que conmovió a muy pocos, enfureció a los más y fue motivo de parodias y burlas para poner punto final a seis años de expectativas tan altas como su frustración que completaron, sumados a los del periodo de Luis Echeverría, la coloquialmente denominada "docena trágica" del populismo (en un juego de palabras que evocaba a la Decena Trágica: diez días de asesinatos e inestabilidad en febrero de 1913 que concluyeron con la renuncia y el fusilamiento del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez). Amén de lo peyorativo de la comparación, con estas dos administraciones fue evidente para la opinión pública, los empresarios, la comunidad internacional, la Iglesia e incluso para buena parte de la clase priísta lo peligroso y lo imposible que resultaría por mucho tiempo más dejar el destino del país bajo el criterio de un solo hombre. Desde entonces y echando mano de la misma reforma política que López Portillo estimuló (aún con todas sus carencias y trabas que, con los años, se han superado), el cambio gradual de los cimientos del sistema de poder en México, la pérdida de fuerza del partido oficial y el crecimiento de una oposición que penetraría con ímpetu firme en los distintos niveles del Estado ya no se detuvieron, todo ello alentado siempre por una sociedad justificadamente molesta y cansada.


La sucesión presidencial


José López Portillo dejó la presidencia el 1 de diciembre de 1982. Durante el año previo y luego de ir descartando aspirantes de entre los más próximos de su equipo, se aprestó a cumplir con el ritual sucesorio priísta y fijó su criterio de selección en dos nombres: si el panorama nacional requería de un personaje con mayor bagaje político, el escogido sería el entonces dirigente nacional del PRI, Javier García Paniagua; sin embargo, si las circunstancias sugerían un perfil diestro en sortear dificultades financieras, la candidatura le correspondería a su secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid. Ante la severa crisis, este último fue el elegido. Para la organización tantos años gobernante, dicha postulación abonó notablemente en el cambio de su curso histórico, ya que el sustento ideológico y práctico desde su fundación, el nacionalismo revolucionario (nutrido de los logros de la gesta de 1910, del corporativismo y de la necesidad de un Estado con amplias facultades para luchar contra la desigualdad social, manejado por políticos disciplinados que recorrieran los escalafones del PRI y de la burocracia) fue gradualmente remplazado por la tecnocracia y sus hombres, generándose reacomodos y rupturas importantes para su futuro y el de México.


En efecto, De la Madrid era un destacado abogado formado en el Banco de México con experiencia en materia económica y el primero de una lista de gobernantes en adelante en el país con una visión orientada al mercado y estudios de posgrado realizados en prestigiadas universidades estadounidenses, como las de Harvard o Yale, en consonancia con los dictados de aquellos tiempos, tendientes al neoliberalismo y la globalización y marcados por líderes defensores del aperturismo y la desregulación como Margaret Thatcher o Ronald Reagan.


El desprestigio


Alejado de la arena política, se dedicó a escribir su biografía y otros libros con mediano éxito, probando suerte también con una marca propia de tequila, "Don Q", promocionada con su foto vestido de charro en la etiqueta. Tras vivir en el sexenio tórridos romances, entre ellos el más sonado con su secretaria de Turismo, Rosa Luz Alegría, se mudó con su familia a una fastuosa fortaleza de cuatro mansiones (una para él y las restantes para cada uno de sus hijos) en los suburbios de la capital mexicana bautizada popularmente como "La Colina del Perro" (en alusión a su citada defensa del peso), situada en un terreno de 122,000 metros cuadrados obsequiado por su amigo Carlos Hank González, un humilde maestro rural transformado en pocos años en acaudalado empresario y servidor público que fue regente capitalino a lo largo de su gestión y cuya frase favorita era "Un político pobre es un pobre político". En cada residencia se instalaron dos mil metros cuadrados de alfombra importada, tapices de seda, domos corredizos y amplias terrazas con acabados de maderas preciosas. Además, en la casa principal se adaptó un sistema de aire acondicionado especial para preservar la humedad de la biblioteca personal de López Portillo, estimada en unos 30,000 tomos, y se erigió una cúpula-observatorio.


No conforme con esto, el ex presidente se hizo de una barranca en la exclusiva zona de Chapultepec, punto neurálgico del Distrito Federal. Allí, en un conjunto arquitectónico de aires moriscos y granadinos edificado sobre un área de ocho mil metros cuadrados, les construyó residencias a su madre y a sus hermanas Alicia y Margarita, y no dudó en aceptar como regalo una mansión de descanso de tres mil metros cuadrados, "Villa Marga Mar", localizada en la playa de Pichilingue, en la bahía acapulqueña de Puerto Marqués, cortesía de Joaquín Hernández Galicia "La Quina", corrupto ex líder sindical de PEMEX, "como expresión de gratitud del gremio petrolero por el apoyo que desde Los Pinos se dio a la industria petroquímica".


La oprobiosa riqueza de López Portillo provocó que el afamado abogado constitucionalista Ignacio Burgoa lo denunciara ante la Procuraduría General de la República por el delito de peculado en contra de la nación mexicana, mientras que la fracción del PAN en la Cámara de Diputados propuso la creación de una comisión para investigarlo y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) insistió por meses en los indicios del uso de fondos del Gobierno Federal para constituir todas sus propiedades. Cercado por dichos ataques y por los varios reportajes en su contra; las burlas, a veces excesivas, de los caricaturistas; la promesa de "renovación moral" del presidente De la Madrid, sólo eficaz para encarcelar a funcionarios del pasado sexenio; y un repudio generalizado de la población hacia el ex mandatario y sus parientes, éstos optaron por pasar largas temporadas en el extranjero.


Últimos años


Divorciado de Carmen Romano luego de dejar el poder (de la que estaba separado de hecho desde que le eligieron presidente y no escapó de ser presa de las murmuraciones al asegurar el periodista y diplomático Manuel Ávila Camacho que su deceso, en mayo del 2000, se produjo por causa del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida según se lo había platicado el ex presidente, de quien se decía amigo, lo cual abrió una nueva controversia mediática contra la familia acallada con la sentencia a su favor resultante del juicio promovido por injurias y daño moral), en 1995 se unió civilmente a la vedette Sasha Montenegro, con la que vivía hacía varios años y tenía dos hijos: Nabila y Alejandro. Transcurrido un mes de la muerte de su primera mujer, celebrarían la boda religiosa.


En los medios de comunicación el nombre de López Portillo no cesó de causar revuelo esporádicamente, ya por la salida a la luz pública de una hija nacida en los años ochenta; por el suicidio de un adolescente en la Unión Americana que era hijo ilegítimo de su vástago José Ramón; por los altercados y alardes de prepotencia de alguno de sus nietos en exclusivas discotecas; por los intentos de expropiar los terrenos de la capital del país en Chapultepec o los del Centro Histórico donde se halla la Universidad del Claustro de Sor Juana (un centro privado de estudios humanísticos administrado por su hija Carmen Beatriz), los cuales, se acusa, fueron irregularmente cedidos por instrucciones del ex presidente a su familia mientras ostentaba el poder, debiendo formar parte del dominio público, pues en ellos vivió la importante literata colonial en cuyo honor el espacio educativo lleva su nombre; o bien por la valoración histórica de su gobierno, concurrente con la creciente libertad de expresión que México conquistó a partir de los años ochenta, soliéndose encontrar el cenit de los vicios del antiguo sistema político y las causas de las dificultades económicas nacionales actuales en su presidencia.


Su etapa final fue penosa. Víctima de los estragos de la diabetes y de las secuelas de una embolia sufrida en 1996, fue protagonista de más problemas legales: primero, por la demanda que interpuso en contra de la periodista Isabel Arvide al insultar a su cónyuge y cuestionar la paternidad de sus hijos menores en un artículo, la cual ganó; y después en razón del forcejeo por la propiedad de su residencia en "La Colina del Perro" y de algunos otros bienes entre sus descendientes con la señora Romano y su segunda esposa, de la que se divorció en medio de estruendosas y amargas revelaciones un par de años antes de morir, instalándose con su hermana Margarita. Así, a la edad de 83 años y víctima de una complicación cardiaca generada por la neumonía que le había enviado al hospital, José López Portillo falleció en la Ciudad de México el martes 17 de febrero de 2004 a las 20:15 horas. Sus restos descansan en el Panteón Militar del Distrito Federal

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